
Pues resulta que estás comprándote unos
tejanos y vas y le dices al dependiente de toda la
vida que dónde carajo están los de siempre, esos
que ya vienen lavados pero son azul oscuro, porque
sólo encuentras pantalones decolorados, tan
lavados de origen que todos son azul clarito,
desvaído, sosos, y en cuanto los pases un par de
veces por la vida y por la lavadora se van a quedar
hechos una mierda. Y el dependiente te dice que ya
no hay. Y tú replicas que cómo cojones no va a
haber si los ha habido siempre; tejanos, o sea,
vaqueros, o sea, blue-jeans, que dicen algunos
chorras. Iguales que esos que tiene ahí expuestos
pero azul oscuro, como su propio nombre indica.
Blú. Bluyins.
Pero el dependiente va y se rila de risa. Es
que no te enteras, chaval. No te enteras porque los
compras de año en año y eres un abuelo y un
antiguo. Ahora la moda son los tejanos descoloridos,
o sea, lavadísimos; y la marca y modelo que usas
desde siempre, porque eres más de piñón fijo que
un teniente chusquero de la Benemérita, ya no se
fabrica sino muy así, como los ves Televés, porque
si los hacen de un azul que parezca poco lavado, la
gente es tan gilipollas que va y no los compra.
- Me estás vacilando, Paco.
- Te juro que no.
Y yo, que siempre me tiro el folio con eso de estar
mirando, pero en realidad sólo miro la parte que me
interesa ver, y del resto no me entero, echo un
vistazo alrededor y compruebo que sí, anda, que mi
primo tiene razón, que todos los fulanos y fulanas
que llevan tejanos los usan muy lavados, muy
descoloridos, y apenas se ven azules de verdad,
nunca mejor dicho, azules de pata negra. Entonces,
indignado, le digo al dependiente que no es lo
mismo; que un pantalón tejano como il faut debe ser
de origen oscuro, tener un sólo lavado suave de
fábrica para que luego no encoja, o no tener
ninguno, e ir envejeciendo contigo, poco a poco.
- Esa concepción romántica de la
indumentaria –me dice el dependiente, que leyó a
Juan Benet- está obsoleta.
Obsoletas mis narices, respondo. Porque de
otras cosas no tengo ni puta idea; pero de
pantalones tejanos, colega, puedo escribir un libro
que se llame Los tejanos y la madre que los parió.
Me he pasado la vida dentro de unos tejanos, de acá
para allá. He arrastrado tejanos por los suelos y los
asfaltos espachurrados y los cristales y los
escombros de todos los países donde había
hijoputas con escopeta. Los he lavado hasta con
jabón de tocador en cuartos de baño de hoteles de
medio mundo. He desgastado sus rodilleras y
fondillos rozándolos sobre la cubierta de un velero, y
los he sentido secarse sobre mi cintura y mis
piernas, endurecidos por la sal del agua de mar. Los
más viejos entre la media docena que poseo tienen
más mili que el Guerrero del Antifaz, están llenos de
remiendos, y de zurcidos, y casi blancos de guerras
y de sol y de mar y de salitre, y la navaja marinera
con llave de grilletes que llevo en ellos se me cuela
por los agujeros de los bolsillos. Ese par en concreto
se me cae tan a pedazos, de puro cochambroso,
que es precisamente el que me pongo siempre al
llegar a puerto, cuando bajo a cenar a tierra. Y
aunque voy hecho un guarro y sin afeitar, me
repeino todo para atrás con la raya alta, me pongo
un polo azul limpio que también tienen más lavados
que una sábana de hotel, unas zapatillas de tenis
blancas y una chaqueta de marino que tengo con
dos filas de botones dorados: mi chaqueta
estupenda de Lord Jim, que uso para joder a mis
cuñados, que son capitanes y marinos mercantes de
verdad, de toda la vida.
O sea. Que mis tejanos son mis tejanos,
porque me los he currado yo. Y exijo que los
puñeteros fabricantes me dejen seguir haciéndolo.
Vivimos en un tiempo en que, como ocurre con
todos aquellos otros tejanos descoloridos y falsos,
hasta la memoria nos la convierten en mercancía
postiza, de diseño, artificialmente envejecida,
empaquetada como un producto. Y así vivimos entre
falsas pátinas, falsos bronces, falsas pieles, falsos
pantalones tejanos. Somos tan capullos y tan
cómodos que la vida también pretendemos
comprarla hecha, vivida por otros, servida en una
pantalla de televisión o un escaparate, antes que
pateárnosla nosotros mismos. Pero unos pantalones
tejanos raídos, como Dios manda, no están al
alcance de cualquiera. Hace falta toda una vida para
vivirlos y gastarlos, y ahí es donde está la gracia del
asunto. Ninguna vida viene ya lavada de fábrica.
ARTURO PEREZ REVERTE
El Semanal 18 Enero 1998
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