martes, 26 de agosto de 2008

Llenarme de sol

Después de mucho tiempo volví a ver fotografías mías, y no me asombró la piel tersa, ni el cabello sin canas, me sorprendió que en todas ellas tenia una tranquila sonrisa, como si mi alma estuviera llena de sol.

Claro hay un antes y un después en mi historia, cuando cumplí los treinta y siete. Lo podría comparar con un huracán, que aparece de pronto y se lleva todo, o casi todo, y nos deja desnudos, a la intemperie. En el primer instante nos paralizamos y miramos con tristeza la desolación a nuestro alrededor, pero rápidamente a juntar lo que se puede y abrigarnos la piel para seguir. Y mi piel necesitaba mucha protección, tanta, como para cubrirla con una coraza. Y la coraza funcionó durante largo tiempo. Resistió tormentas, chubascos, alegrías potentes y soledades abismales.

Pero de pronto, comencé a darme cuenta que no la necesitaba, porque estaba bien entrenada mi intuición y mi rutina. En esos momentos trate de quitarla, desprenderla de mi piel, pero esa no era tarea fácil.

Tal vez, si permito que la llovizna de los días de otoño, el rocío de las noches de verano a la luz de la luna, y los vientos de la primavera me sorprendan de lleno, sin miedos e incertezas mi vieja coraza acabe por oxidarse y caer. Entonces el sol volverá a penetrar en mí a raudales, con la prepotencia de la vida largamente contenida y como la marea se derramará en alguna soñada playa.


María del Carmen Castro

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