lunes, 29 de septiembre de 2008

LOS INDIGENAS CAMBIARON DE PLUMA




La escritura deja de ser monopolio de blancos.
Fuente: Gustavo Steger
Diario Crítica de La Argentina

Tobas, mapuches y wichís se apropian de un recurso que se usó para conquistarlos, y comienzan a exigir su lugar en el panorama de la literatura argentina. La falta de interés del Estado y del mercado. Los avances.
Gustavo Streger26.09.2008
La palabra escrita dejó de ser monopolio de los blancos. Un nuevo grupo de escritores aborígenes reclama la atención de los lectores para dar una versión propia sobre su historia y transmitir los valores de los primeros pobladores que tuvo el territorio nacional.

Sin embargo, la incipiente aparición de literatura indígena permanece casi en el anonimato y son pocas las editoriales interesadas en ponerla en circulación; incluso los organismos gubernamentales dan la espalda a los pedidos de apoyo de los artistas aborígenes.

El antropólogo Gastón Gordillo, profesor en la universidad canadiense British Columbia de Vancouver, señala que “la presencia de autores aborígenes de ficción dentro de circuitos intelectuales más amplios sería de gran importancia para difundir las voces y experiencias indígenas para un público que no está familiarizado con el tema”.

El primer trazo. El monopolio de la expresión oral en las comunidades indígenas comenzó a menguar. La convivencia con la sociedad nacional, el Estado, instituciones escolares y grupos misioneros tuvo un enorme impacto en las formas de comunicación y expresión de estos grupos y, en la actualidad, todos están influidos por textos escritos y documentos impresos, más allá de la vitalidad de formas orales de transmisión de su memoria histórica.

“Hay una idea de que estos pueblos no lograron inventar la escritura, pero quizá no la necesitaron. Vivieron claramente el poder de la escritura desde muy temprano, porque la conquista no les tiró sólo con la espada, sino también con la Biblia, que es la palabra de Dios”, explica Leonor Acuña, secretaria académica de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA e investigadora del Instituto Nacional de Antropología.

Actualmente, en comunidades indígenas de toda Latinoamérica se discuten alfabetos y hay movimientos que estudian la normalización de la escritura. En algunos pueblos de la Argentina aparecieron usos totalmente novedosos, como el mensaje de texto por celular. Los wichí y los quom manejan la escritura desde hace unos sesenta años y tienen sistemas más o menos ordenados y regularizados, pero en los últimos tres años comenzaron a realizar pequeñas redacciones en su vida cotidiana por medio de los “mensajitos”.

“Si los grupos indígenas sienten que quieren y necesitan escribir en su lengua y/o bilingüe es porque ya se están apropiando de una herramienta de comunicación y de fijación de la información que fue, hasta ahora, patrimonio de los blancos, de la sociedad no indígena. Eso es un giro en la historia de las relaciones interétnicas porque hay una conciencia de autoestima, de que lo suyo vale”, agrega Pablo Wright autor del libro Ser en el sueño sobre la vida toba, publicada por Biblos.

En principio, la literatura en los pueblos aborígenes surgió como una manera de plasmar en el papel los relatos que habían circulado durante siglos en forma oral, por eso existió la idea de llamar a este nuevo arte “oralitura”. Luego, aparecieron libros en los cuales las nuevas organizaciones aborígenes realizaban su reclamo histórico por la tierra.

Los libros Nuestra memoria y Memorias del Pilcomayo, de Laureano Segovia, un hombre wichí del chaco salteño, son los que alcanzaron mayor trascendencia y se centran en la transcripción de relatos orales para documentar una visión propia de su historia.

En esa dirección se expresa el director de la ONG Aborigen Argentino, Jorge Fernández, quien asegura que “muchos de los veinticinco pueblos que existen en lo que hoy se llama la Argentina quieren decir su verdad y que ya no la cuenten otros, que nada tienen que ver con ella”.

Nosotros no somos. “La idea que tenemos como argentinos es que la lengua indígena le pertenece solamente al indígena que la habla, como si no formara parte de nuestra cultura. Eso encierra varios problemas porque, por un lado, ninguneás totalmente a los pueblos aborígenes, pero también como nación te privás de una parte importante de lo que te constituye”, asevera Acuña.

El antropólogo e investigador del Conicet Pablo Wright es taxativo: “Los vencidos fueron invisibilizados y recién ahora hay un intento de ellos y de la sociedad blanca de abrir los archivos del pasado y escribir la historia más plural. Con eso, uno empieza a descubrir que hubo y hay un montón de pueblos y formas de ver el mundo que son muy ricas e interesantes y que tienen el mismo derecho a ser conocidas y a existir como cualquier otra”.

A pesar de los pequeños avances, el fenómeno de la literatura aborigen en el país continúa acotado a pequeños grupos que tuvieron acceso a instituciones educativas y que viven cerca de centros urbanos. En muchas comunidades todavía hay altos niveles de analfabetismo y pobreza y la circulación de obras literarias entre ellos es limitada.

“La difusión está, por el momento, concentrada en una suerte de ‘clase media’ urbana. La experiencia indígena en la Argentina es extremadamente diversa, muy atada a los contextos culturales, regionales y provinciales”, explica Gordillo, autor de Nosotros vamos a estar acá para siempre, un libro de relatos que escribió a pedido de los tobas.

El reclamo. Las escritoras mapuches Liliana Ancalao y Millán (ver recuadros) ya no solicitan ayuda al Gobierno porque no creen en la buena voluntad oficial, pero mantienen sus exigencias. “Creo que el Estado debería pagar la deuda que tiene con nosotros, con fondos para toda iniciativa de educación autónoma surgida desde los pueblos originarios, y no pensada por técnicos funcionarios. La recuperación del conocimiento y su circulación entre nosotros promoverán la creación artística. Pero también debiera sostener desde lo económico y lo logístico la realización de encuentros de escritores indígenas, editar nuestras obras y asegurarles un circuito de difusión amplio”, sostiene Liliana.

Desde el sector académico, Wright amplía el pedido: “El Estado tendría que darse cuenta de que la cultura es el patrimonio inmaterial e intangible. La manifestación artística como política debería ser amplia y no sólo desde el Estado nacional, sino también las fundaciones, los estados provinciales y las empresas privadas. Toda la sociedad debería ser susceptible a estas manifestaciones”.

El circuito de venta artesanal

Lejos de las nuevas técnicas de marketing literario, la poeta mapuche Liliana Ancalao formó su propio circuito artístico a pulmón. Recorrió distintos pueblos de la Patagonia y leyó su obra en los escenarios que se armaban en encuentros de músicos y poetas; asistió a ferias de libros, cátedras universitarias y congresos de pueblos originarios.

Cuando el mapuche chileno Elicura Chihuailaf la invitó al Encuentro de Escritores en Lenguas Indígenas, que se realizó en Temuco (Chile) en 1997, Ancalao no tenía ningún libro publicado, pero su poesía ya circulaba por el más antiguo canal de comunicación: la oralidad.

Para cumplir el sueño de imprimir su obra, hizo una larga lista de gente cercana que valoraba su trabajo artístico y a la que le gustaría tener su libro y se los vendió aún antes de publicado. "Con ese dinero y unos pesos más me imprimieron mil ejemplares de Tejido con lana cruda", cuenta.

La primera novela mapuche.

La escritora y activista mapuche Moira Millán podría convertirse en la autora de la primera novela de ficción realizada por un indígena, pero no consigue terminarla por falta de recursos. Moira aún recuerda la fría oficina a la que acudió en el segundo año de mandato delarruista para pedir la ayuda del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI): “La escena fue tragicómica, el director de ese momento, Alejandro Islas, estaba sentado frente a mí fumando un habano importado.

Le comenté que estaba interesada en que el INAI me becara para poder terminar mi novela y me respondió de manera soberbia y burlona que los pueblos indígenas necesitaban resolver cosas más urgentes y que las cuestiones artísticas no eran una necesidad. Desde ese día, nunca más acudí al Estado”, recuerda.

A la novela le faltan pocas páginas pero ya tiene título: La estirpe de los cinco siglos, y cuenta la historia de tres mujeres de distintas generaciones mapuches “sobrevivientes del genocidio de Roca”, como se refiere Moira a la llamada Conquista al Desierto.

“Es una forma nueva de narrar nuestra historia, las protagonistas están inspiradas en mi abuela, mi madre y muchas otras mujeres de las que escuché hablar y que conocí”, comenta.

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