
El factor sentimental
Capítulo dos
Rimbaud había escrito lo siguiente: "Me arrastraba a lo largo de malolientes callejones y, con los ojos cerrados, me ofrecía al sol, dios del fuego". Entonces Delbeck opinó correctamente que era la actitud opuesta a la de Rilke: 'caminar con los ojos abiertos". Si, por supuesto, dije yo medio dormido, pero me parece que en el fondo es exactamente lo mismo. Lo del sol, dios del fuego, viene perfectamente al caso porque todo lo que recuerdo, es decir la manera que mi memoria tiene de enmarcar el infortunado momento (ho, ho, ho!) es el brillo serrano del sol en un cielo de un azul inmejorable, un cielo que parecía proclamar las delicias turísticas de la zona, el mejor cielo de la Argentina salvaje, etcétera, etcétera. —Lo más atractivo de todo esto —comentó Delbeck con la lengua hecha estopa— ...lo más atractivo es, digo la auspiciosa combinación (dramática) de, digamos, deseo y propiedad, ¿eh? Deseo & Propiedad... Pareja en lucha donde, aparentemente gana la Propiedad. Al menos en la primera vuelta. Porque que esta historia no termina donde tú, pendejamente, crees. —Un poco más de Jalisco... añejo, por favor. Casi como estaba previsto que ocurriera, Julia se despertó al cabo de una media hora, tan fresca como una rosa mañanera y tan linda y pequeña (propiedad del señor Carlos Delbeck, aquí presente) que daban ganas de llevárnosla a casa, suponiendo que no estuviéramos en casa y que todo el expediente resultara así de sencillo. Los juveniles pechos decididamente sueltos debajo de la remera de algodón color canela, con el sol de España en medio de las tetas (el sol a la manera de Miró, trazado con inocencia y pincel grueso), parecían despertar de un sueño de manos y bocas, y el pelo corto (recorto, como dice Adriana) revuelto en la cresta por el roce del almohadón sobre el que la cabeza había estado apoyada complementaba la pérfida suposición. Y entonces nos preguntó —como estaba, asimismo, previsto— que cómo andábamos de hambre, "no digo un hambre voraz", explicó, "sino tan sólo un hambre moderado y silencioso, un hambre de madrugada". Tras lo cual, sin esperar una respuesta de nuestra parte, se encaminó directamente a la cocina. —Bueno, ahí tenemos a Adriana... —Me dio frío— dijo Adriana—, me quedé dormida en la galería y, a pesar del calor... ¿Pero nadie duerme esta noche? —Estábamos hablando, precisamente, de camas. —Combinación perfecta de Deseo & Propiedad, a propósito de esta historia del brazo... —Se ve que están bien borrachos. —Lo suficiente como para confundirte con un sueño... —Pero no tanto como para no disfrutarlo —concluyó Delbeck con su risa blanca de dientes apretados, a la que yo, involuntariamente secundé. Contagiosa como un bostezo. "Qué escándalo", murmuró ella y se encaminó, igual que su amiga, hacia la cocina, lenta y suntuosa como una gata de raza que no conociera más virtud que la pereza, protegiéndose con las manos los brazos desnudos —quizá sutilmente fríos— y moviendo apenas las caderas dentro del jean. Encendí un cigarrillo considerando la idea de irme a la cama, no sin antes discutir algunos aspectos de la erótica como carencia nacional, asunto inmediatamente reavivado gracias a la presencia de las dos chicas que estaban ahora "picando algo" en la cocina, y cerré los ojos y de inmediato oí el conciso golpe lustral de un cuerpo entrando en el agua, y miré a Delbeck, pero ya no estaba allí. Casi dormido —y un poco borracho— salí a la galería y recibí el aire fresco de la noche de verano como un tónico fustazo en las sienes. El cielo era claro y Delbeck nadaba lentamente en la pileta (la alberca, como suele decir él) y me llamaba para que lo imitara. Me introduje por el área no profunda, procurando no mojar demasiado el vendaje. El agua era hielo en mi cintura. Sumergí la cabeza y volví a sacarla. Me eché de espaldas tratando de flotar con un brazo plegado sobre el torso y lo logré, pero el vendaje se había empapado. Podía mirar las estrellas mientras flotaba lentamente y aquello era como derivar en la líquida sustancia de la noche.
Autor: Rodolfo Rabanal
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