MI LIBRO SOBRE ESPAÑA
Pasó el tiempo. La guerra comenzaba a perderse. Los poetas acompañaron al pueblo español en su
lucha. Federico ya había sido asesinado en Granada. Miguel Hernández, de pastor de cabras se había
transformado en verbo militante. Con uniforme de soldado recitaba sus versos en primera línea de fuego.
Manuel Altolaguirre seguía con sus imprentas. Instaló una en pleno frente del Este, cerca de Gerona, en un
viejo monasterio. Allí se imprimió de manera singular mi libro España en el corazón. Creo que pocos libros,
en la historia extraña de tantos libros, han tenido tan curiosa gestación y destino.
Los soldados del frente aprendieron a parar los tipos de imprenta. Pero entonces faltó el papel.
Encontraron un viejo molino, y allí decidieron fabricarlo. Extraña mezcla la que se elaboró, entre las bombas
que caían, en medio de la batalla. De todo le echaban al molino, desde una bandera del enemigo hasta la
túnica ensangrentada de un soldado moro. A pesar de los insólitos materiales, y de la total inexperiencia de
los fabricantes, el papel quedó muy hermoso. Los pocos ejemplares que de ese libro se conservan,
asombran por la tipografía y por los pliegos de misteriosa manufactura. Años después vi un ejemplar de
esta edición en Washington, en la biblioteca del Congreso, colocado en una vitrina como uno de los libros
más raros de nuestro tiempo.
Apenas impreso y encuadernado mi libro, se precipitó la derrota de la República. Cientos de miles de
hombres fugitivos repletaron las carreteras que salían de España. Era el éxodo de los españoles, el
acontecimiento más doloroso en la historia de España.
Con esas filas que marchaban al destierro iban los sobrevivientes del ejército del Este, entre ellos
Manuel Altolaguirre y los soldados que hicieron el papel e imprimieron España en el corazón. Mi libro era el
orgullo de esos hombres que habían trabajado mi poesía en un desafío a la muerte. Supe que muchos
habían preferido acarrear sacos con los ejemplares impresos antes que sus propios alimentos y ropas. Con
los sacos al hombro emprendieron la larga marcha hacia Francia.
Confieso que he vivido (Pablo Neruda)
Pasó el tiempo. La guerra comenzaba a perderse. Los poetas acompañaron al pueblo español en su
lucha. Federico ya había sido asesinado en Granada. Miguel Hernández, de pastor de cabras se había
transformado en verbo militante. Con uniforme de soldado recitaba sus versos en primera línea de fuego.
Manuel Altolaguirre seguía con sus imprentas. Instaló una en pleno frente del Este, cerca de Gerona, en un
viejo monasterio. Allí se imprimió de manera singular mi libro España en el corazón. Creo que pocos libros,
en la historia extraña de tantos libros, han tenido tan curiosa gestación y destino.
Los soldados del frente aprendieron a parar los tipos de imprenta. Pero entonces faltó el papel.
Encontraron un viejo molino, y allí decidieron fabricarlo. Extraña mezcla la que se elaboró, entre las bombas
que caían, en medio de la batalla. De todo le echaban al molino, desde una bandera del enemigo hasta la
túnica ensangrentada de un soldado moro. A pesar de los insólitos materiales, y de la total inexperiencia de
los fabricantes, el papel quedó muy hermoso. Los pocos ejemplares que de ese libro se conservan,
asombran por la tipografía y por los pliegos de misteriosa manufactura. Años después vi un ejemplar de
esta edición en Washington, en la biblioteca del Congreso, colocado en una vitrina como uno de los libros
más raros de nuestro tiempo.
Apenas impreso y encuadernado mi libro, se precipitó la derrota de la República. Cientos de miles de
hombres fugitivos repletaron las carreteras que salían de España. Era el éxodo de los españoles, el
acontecimiento más doloroso en la historia de España.
Con esas filas que marchaban al destierro iban los sobrevivientes del ejército del Este, entre ellos
Manuel Altolaguirre y los soldados que hicieron el papel e imprimieron España en el corazón. Mi libro era el
orgullo de esos hombres que habían trabajado mi poesía en un desafío a la muerte. Supe que muchos
habían preferido acarrear sacos con los ejemplares impresos antes que sus propios alimentos y ropas. Con
los sacos al hombro emprendieron la larga marcha hacia Francia.
Confieso que he vivido (Pablo Neruda)
2 comentarios:
Así es querida la historia de nuestra España, dolor y destierros, penas y lejanía.
Muertes sin piel ni color, desgarros que jamás se olvidan.
Mis besos cielo, siempre.
Menso mal que estan los recuerdos y no los momnetos.
Besos
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