sábado, 27 de noviembre de 2010

DESCUBRIR...


Y fue por ahí, por la tierra, que el árbol tuvo noticias del ferrocarril cuando
un día sintió ese tumulto que subió por sus raíces. Tiempo después, luego
de divisar la morada del hombre, vio por fin aquella alocada y ruidosa casa
que con chimenea y todo corría sobre la tierra, y supo por ella que además
de los pájaros gran parte de cuanto vive se mueve de un lado a otro y el
viejo álamo, que entonces no era tan viejo pero sí árbol completo, sintió por
primera vez el dolor de su fijeza. El sólo podía ir hacia arriba trazando un
corto camino en el cielo y al comienzo del otoño volar en figura según el
viento en la trama de sus hojas. En cierto momento, después de la casa, el
tren se transportaba entre sus ramas y a veces el penacho de humo llegaba
hasta el mismo álamo. Esto dependía del viento, del cual, por instrucción
de los pájaros, el viejo álamo había aprendido a extraer otros muchos
sucesos. Según soplase, él agitaba sus hojas como verdes plumas y
simulaba temblorosos vuelos. El viento subía y bajaba en frescas
turbonadas por dentro de aquella jaula vegetal provocando, de acuerdo a la
disposición del follaje, murmullos y silbidos que complacían al árbol
músico.

Balada del álamo Carolina de Haroldo Conti

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