martes, 28 de junio de 2011

En el día del árbol...


ANTONIO ESTEBAN AGÜERO
Cantata del Abuelo Algarrobo 
I Parte

Padre y Señor del Bosque,
Abuelo de barbas vegetales,
Yo quisiera mi canto como torre
para poder alzarla en tu homenaje;
no el canto pequeño de la flauta
dulce, delgado, suave,
la de cantar la rosa y la muchacha,
sino el canto del mar; un canto grave,
con olores de vida y con el pulso
musical y viviente de la sangre.
Algarrobo natal. Abuelo mío.
Hace mil años la paloma trajo
tu menuda simiente por el aire
y la sembró donde Tú estás ahora
sosteniendo la Luz en tu ramaje
y la Sombra también cuando la noche
en larga lluvia de luceros cae.
Así naciste. Cuando tú crecías
la región era bosque impenetrable,
con oscuros guerreros que danzaban
junto a los juegos al caer la tarde,
y con nombres diaguitas en los ríos,
sobre todas las bestias y las aves,
en cada hierba, sobre cada cerro,
una tierra sin mapas ni ciudades,
donde dioses sedientos presidían
el cortejo y el rito de la sangre
que vertían pintados hechiceros
para aplacar las cóleras solares.
En tiempo aquel la arena numerosa
que festonea las playas litorales
ignoraba las máscaras de proa,
las amarras y el ancla de las naves,
sólo sabía de los pies desnudos
y de la huella digital del ave;
era cuando los ríos conducían
lentas piraguas sobre remos suaves
mas no la ambición del maderero
que asesina al futuro en el obraje
y convierte en silencio de moneda
la rumorosa fiesta de los árboles;
por ese entonces, mientras Tú crecías,
algarrobo natal, Señor y Padre,
la tierra nuestra en libertad vivía
hacia todos los rumbos cardinales,
desde el país del Ona y la Ballena
hasta el infierno vegetal del Cáncer,
desde el prado que el Ceibo ruboriza
a la región que señoreaba el Huarpe,
sin conocer ejidos ni parcelas,
ni muro torpe o codicioso alambre,
donde el hombre y la bestia convivían
estrechados por lazos fraternales,
y la Luna era Quilla y el Sol Inti,
el día joven y la noche grande.
Así creciste, un día y otro día,
hacia abajo y arriba, penetrante,
con las raíces cada vez más hondas
y la copa más alta y dominante,
en crecimiento que fue dura guerra
sostenida y ganada a cada instante
contra el viento del Sur y la sorpresa
del rayo azul y su puñal tajante,
contra el cierzo de julio que traía
los rebaños de nieve trashumantes,
contra la sed en el ardor de enero,
cuando gentes y plantas implorantes
alzan ojos y hojas a las nubes
por si las nubes sus entrañas abren
y la lluvia se vierte generosa
en licor de celestes manantiales.

Pero ya Tú eres lo que ahora miro
¡Algarrobo natal, Señor y Padre!
con estos ojos que el amor habita
y los otros secretos de la sangre:
un árbol rey, un árbol sólo, el Árbol
sin edad en el tiempo y en el aire,
a cuya sombra hace doscientos años
a favor de un designio inescrutable
se fundó mi casona solariega
sobre honrada simiente de linaje.

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