Él estuvo siempre a su lado, siempre, hasta que dejó de estarlo, si bien es cierto que incluso sin estar a su lado, estaba, porque ella sentía su presencia, sus latidos, su amargura, su vida a plazos y su muerte continua. Él era todo amor, la personificación perfecta del amor sublime, se hubiera comido el mundo por ella sin necesidad de que nadie se lo pidiera, ni siquiera ella hubiera podido frenar su desmedido impulso sentimental, en el nombre de su amor podría haber matado, resquebrajado, ofendido, roto, violentado, anulado, herido o difamado cualquier virtud, en aras de su único anhelo: ser amado como él amaba. Su amor, su manera de amar, su amar le trastornaba de felicidad, pero vaya, ¡bendita enajenación la de los amantes del amor!, la de esos seres dementemente demenciales que fían su vida, su existencia, su subsistencia y su futuro a la frágil materia del corazón, esa víscera desollada que nos alimenta el espíritu y atormenta el alma, esa bomba motora de emociones, a veces indescifrables…
sábado, 30 de octubre de 2010
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