
Hola! Cada día, leyendo los diarios, asisto a una clase de historia.
Los diarios me enseñan por lo que dicen y por lo que callan.
La historia es una paradoja andante. La contradicción le mueve las piernas. Quizá por eso sus silencios dicen más que sus palabras y con frecuencia sus palabras revelan, mintiendo, la verdad.
De aquí a poco se publicará un libro mío que se llama Espejos. Es algo así como una historia universal, y perdón por el atrevimiento. “Yo puedo resistir todo, menos la tentación”, decía Oscar Wilde, y confieso que he sucumbido a la tentación de contar algunos episodios de la aventura humana en el mundo, desde el punto de vista de los que no han salido en la foto.
Por decirlo de alguna manera, se trata de hechos no muy conocidos.
Aquí resumo algunos, algunitos nomás.
Cuando fueron desalojados del Paraíso, Adán y Eva se mudaron al Africa, no a París.
Algún tiempo después, cuando ya sus hijos se habían lanzado a los caminos del mundo, se inventó la escritura. En Irak, no en Texas.
También el álgebra se inventó en Irak. La fundó Mohamed al Jwarizmi, hace mil doscientos años, y las palabras algoritmo y guarismo derivan de su nombre.
Los nombres suelen no coincidir con lo que nombran. En el British Museum, pongamos por caso, las esculturas del Partenón se llaman “mármoles de Elgin”, pero son mármoles de Fidias. Elgin se llamaba el inglés que las vendió al museo.
Las tres novedades que hicieron posible el Renacimiento europeo, la brújula, la pólvora y la imprenta, habían sido inventadas por los chinos, que también inventaron casi todo lo que Europa reinventó.
Los hindúes habían sabido antes que nadie que la Tierra era redonda y los mayas habían creado el calendario más exacto de todos los tiempos.
En 1493, el Vaticano regaló América a España y obsequió el Africa negra a Portugal, “para que las naciones bárbaras sean reducidas a la fe católica”. Por entonces, América tenía quince veces más habitantes que España y el Africa negra cien veces más que Portugal.
Tal como había mandado el Papa, las naciones bárbaras fueron reducidas.
Y muy.
Tenochtitlán, el centro del imperio azteca, era de agua. Hernán Cortés demolió la ciudad, piedra por piedra, y con los escombros tapó los canales por donde navegaban doscientas mil canoas. Esta fue la primera guerra del agua en América. Ahora Tenochtitlán se llama México DF. Por donde corría el agua, corren los autos.
El monumento más alto de la Argentina se ha erigido en homenaje al general Roca, que en el siglo diecinueve exterminó a los indios de la Patagonia.
La avenida más larga del Uruguay lleva el nombre del general Rivera, que en el siglo diecinueve exterminó a los últimos indios charrúas.
Los diarios me enseñan por lo que dicen y por lo que callan.
La historia es una paradoja andante. La contradicción le mueve las piernas. Quizá por eso sus silencios dicen más que sus palabras y con frecuencia sus palabras revelan, mintiendo, la verdad.
De aquí a poco se publicará un libro mío que se llama Espejos. Es algo así como una historia universal, y perdón por el atrevimiento. “Yo puedo resistir todo, menos la tentación”, decía Oscar Wilde, y confieso que he sucumbido a la tentación de contar algunos episodios de la aventura humana en el mundo, desde el punto de vista de los que no han salido en la foto.
Por decirlo de alguna manera, se trata de hechos no muy conocidos.
Aquí resumo algunos, algunitos nomás.
Cuando fueron desalojados del Paraíso, Adán y Eva se mudaron al Africa, no a París.
Algún tiempo después, cuando ya sus hijos se habían lanzado a los caminos del mundo, se inventó la escritura. En Irak, no en Texas.
También el álgebra se inventó en Irak. La fundó Mohamed al Jwarizmi, hace mil doscientos años, y las palabras algoritmo y guarismo derivan de su nombre.
Los nombres suelen no coincidir con lo que nombran. En el British Museum, pongamos por caso, las esculturas del Partenón se llaman “mármoles de Elgin”, pero son mármoles de Fidias. Elgin se llamaba el inglés que las vendió al museo.
Las tres novedades que hicieron posible el Renacimiento europeo, la brújula, la pólvora y la imprenta, habían sido inventadas por los chinos, que también inventaron casi todo lo que Europa reinventó.
Los hindúes habían sabido antes que nadie que la Tierra era redonda y los mayas habían creado el calendario más exacto de todos los tiempos.
En 1493, el Vaticano regaló América a España y obsequió el Africa negra a Portugal, “para que las naciones bárbaras sean reducidas a la fe católica”. Por entonces, América tenía quince veces más habitantes que España y el Africa negra cien veces más que Portugal.
Tal como había mandado el Papa, las naciones bárbaras fueron reducidas.
Y muy.
Tenochtitlán, el centro del imperio azteca, era de agua. Hernán Cortés demolió la ciudad, piedra por piedra, y con los escombros tapó los canales por donde navegaban doscientas mil canoas. Esta fue la primera guerra del agua en América. Ahora Tenochtitlán se llama México DF. Por donde corría el agua, corren los autos.
El monumento más alto de la Argentina se ha erigido en homenaje al general Roca, que en el siglo diecinueve exterminó a los indios de la Patagonia.
La avenida más larga del Uruguay lleva el nombre del general Rivera, que en el siglo diecinueve exterminó a los últimos indios charrúas.
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