viernes, 3 de diciembre de 2010

Continuación "La Balada del álamo Carolina".


Todo esto se aprende con los años, un verano tras otro, y luego para el
árbol son materia de recuerdo en el invierno. El invierno comienza para él
con la caída de la primera hoja. Un poco antes nota que se le adormecen las
ramas más viejas y después el sueño avanza hacia adentro aunque nunca
llega al corazón del árbol. En eso siente un tironcito y la primera hoja
planea sobre el suelo. Así empieza. Después cae el resto y el viento las
revuelve, las dispersa, corren y se entremezclan con las hojas de otros
árboles, cuando el viejo álamo carolina ya se ha adormecido y piensa
quietamente en el luminoso verano que, de algún modo, ya está en camino
a través de la tierra, por el tibio surco de su savia. La lluvia oscurece sus
ramas y la escarcha las abrillanta como si fuesen de almendra. Algunas se
quiebran con los vientos y el árbol se despabila por un momento, siente en
todo su cuerpo esa pequeña muerte aunque él todavía se sostiene, sabe que
perdurará otros veranos. Hasta que allá por setiembre memoria y suceso se
juntan en el tiempo y un dulce cosquilleo sube desde la oscuridad de la
tierra, reanima su piel, desentumece las ramas y el viejo álamo carolina se
brota nuevamente de verdes ampollas. El aire ahora es más tibio y el
hombre, al que observa desde el brote más alto, recorre el campo y espía las
crestitas verdes que acaban de aparecer sobre la tierra.
Haroldo Conti

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