martes, 18 de enero de 2011

En puntas de pié...


Dentro de un rato sonará, a las cinco en punto de la matina, ese puto
despertador que el día que gane el Prode o asalte un banco reventaré contra
la pared de una patada, como reventaré a tantas otras cosas, y me levantaré
en puntas de pie para no despertar a Margarita que duerme a mi lado a
patas sueltas hace 18 años, me vestiré en el baño y saldré más o menos a las
cinco y diez rumbo a la Primera de Saavedra chupando el primer cigarrillo
de la mañana. La Primera de Saavedra es la fábrica de jaulas en la cual
trabajo desde el día que mi padre decidió echarme a la calle de un puntapié.
En todos estos años he hecho miles de jaulas, tantas que me sorprende que
todavía ande por el aire algún pajarito suelto. Un día, esto pienso mientras
las hago, construiré una bien grande, la más grande de todas, con unos
gruesos barrotes de hierro y meteré ahí dentro a Margarita y su desgraciada
madre, esto es, mi puta suegra y las sumergiré a las dos, luego de
alimentarlas con alpiste envenenado, en el Riachuelo, nada de un arroyo
limpio y rumoroso ni siquiera del Río de la Plata, que por ser el más ancho
del mundo con seguridad podría resumir tanta maldad, sino en el Riachuelo
para que se chupen todo ese olor a podrido que viene de los mataderos y
revienten en forma. Me alegro y me consuelo pensando en esto aunque sé
que nunca lo haré porque soy un pobre infeliz. En lugar de eso sé que me
levantaré en puntas de pie dentro de un rato y de que en puntas de pie
recorreré el resto de mi vida.

Fragmento del libro La balada del álamo carolina de Haroldo Conti

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