Qué es el éxito? No es la fama, por cierto, ni el prestigio ni la reputación. Hay gente famosa por los peores motivos. Hay quienes no se fijan en medios para adquirir reputación o algo que se le parezca (y luego hacen poco por honrarla). Si el fin justifica los medios, todo vale. Y si el éxito (confundido con fama, notoriedad o popularidad) es un fin, quien lo persiga, posiblemente deje los escrúpulos a un lado. Mucho prestigio suele esfumarse en cuanto se apagan los reflectores y se descubre que la conducta del prestigioso no tiene bases éticas firmes. Albert Einstein dijo alguna vez: "Intenta no volverte un hombre de éxito, sino convertirte en un hombre de valor". Al final del camino, un hombre de valor podrá decir, con fundamento, que tuvo una vida exitosa. Nada tendrán que ver los espacios mediáticos ocupados, la fortuna acumulada, ni los oropeles que lo envuelvan. Si nos guiamos por la concepción más banal de éxito, veremos que hay ladrones, corruptos, mentirosos y manipuladores muy exitosos en lo suyo. Pero Einstein no hablaba de ellos.
El médico y filósofo Víktor Frankl sostenía que la trayectoria de una vida puede evaluarse sobre una línea horizontal, en uno de cuyos extremos está el éxito y en otro el fracaso. Cuanto más se acerque al primer extremo, esa vida será considerada como exitosa, según lo que se entienda por éxito, y mientras se aproxime al segundo punto será vista como fracasada. Para muchos basta con esa única vara, pero Frankl proponía cruzar sobre ella otra, vertical, que en la punta inferior tiene al vacío y en la superior al sentido. Habría que valorar cualquier existencia considerando simultáneamente ambas trazas. Se vería entonces que muchas vidas fracasadas según los parámetros dominantes acerca del éxito, están plenas de sentido. Y muchas vidas supuestamente exitosas se hunden, vacías de sentido, en una tremenda angustia existencial. Cuando se da esta combinación asistimos a ejemplos patéticos, que en las profesiones y actividades mencionadas por nuestro amigo Víktor suelen mostrarse con implacable crueldad y sin metáforas, a pesar de las apariencias. La misma situación es también frecuente en personas menos famosas o mediáticas, pero no menos exitosas en sus ámbitos habituales.
Alguien que ha logrado realizar su vocación y se siente afectivamente pleno, pero no es famoso ni popular ni tiene cuantiosos bienes para lucir, podría ser un fracasado para quienes se guían por la línea éxito-fracaso, aunque alcanzaría la cima si se lo valora en la polaridad sentido-vacío. Es verdad, también, que muchos individuos aúnan el sentido y el éxito en una existencia trascendente, mientras en otros el fracaso y el vacío confluyen de modo dramático. En definitiva, se trata de los valores morales que sostienen la vida de cada quien, de la manera en que estos se convierten en acciones y de la responsabilidad con que alguien asume su propio derrotero, sin culpar a otros ni valerse de ellos. El ensayista y poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson (1803-1882), impulsor del trascendentalismo (filosofía según la cual cada individuo es parte del universo y su alma debe estar en armonía con éste), sostenía que: "El éxito consiste en obtener lo que se desea y la felicidad en disfrutar lo que se obtiene."
Este pensador, que inspiró a Walt Whitman (el inmenso poeta de Hojas de hierba), no hablaba del deseo en términos de impulso ciego y caprichoso. En su frase, el valor de obtener lo que se desea, puede ser entendido como el logro de un propósito, de una meta existencial que nos lleve más allá de una simple vida vegetativa limitada a comer, dormir, trabajar, consumir y pasarla bien. Desde esta óptica, el éxito es un medio y la felicidad trascendente un fin. Esto es algo muy diferente de los cinco minutos de fama, de poder o de auge monetario, que, más allá de lo que duren, serán siempre cinco minutos en el reloj que de veras cuenta. Las vidas más exitosas no son siempre las más conocidas. Y eso es parte de su éxito.
Autor: Sergio Sinay
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