Para ser las elecciones del Borde del Abismo, no recuerdo una campaña tan acomodaticia. Todos más o menos acomodados, menos los ciudadanos. Hay dos mensajes muy confortables, ambos del candidato conservador. Hacer las cosas como Dios manda. Y aplicar el sentido común. Al principio, los mantras de Rajoy me interesaron por su sencillez. Una forma directa de llegar al pueblo, mientras los publicistas reciclan tópicos. Luego, fui encontrando cada vez más enigmáticos los proverbios marianistas. No podemos hacer las cosas como Dios manda, porque justamente Dios, que es eternidad e infinitud, inventó al ser humano para ocuparse del mantenimiento. Dudo que su primer mandato fuese cargarse la Ley de Dependencia. Él mismo, en los pequeños detalles, es muy dependiente. No puede lidiar, pongo por caso, con la prima de riesgo. Ni tampoco influir en el resultado electoral, aunque sea mucha casualidad la unanimidad demoscópica, cuando hay un 30% de indecisos. Pero Dios, para entendernos, no sabe contar o lo hace con los dedos. Y ahí entra el sentido común. A lo largo de la historia, hemos delegado el sentido común en el oráculo de Delfos, en el Concilio de Trento, en sor Patrocinio, en el FMI y las agencias de calificación y hasta en emprendedores como El Pocero. No dudo, por ejemplo, del sentido común de la presidenta de la Comunidad de Madrid, premiada por los empresarios de la enseñanza privada. Respecto de asunto tan delicado, en España se debería prestar atención a la muy liberal Confederación Helvética, donde el 95% de la enseñanza es pública y donde los ricos, en su mayoría, evitan el ridículo antipatriótico de apartar a sus vástagos de los demás niños del vecindario. Sí, hay que darle un revolcón al sentido común. Triunfa el cleptocapitalismo y se hunde la economía humana. No quedará otra que la vuelta del viejo. El viejo Keynes. No es Dios, pero se parece bastante al Espíritu Santo. Amén.
FUENTE: DIARIO EL PAÍS DE ESPAÑA
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