
En que momento de lo oscuro se desató esta ronda de mujeres desnudas con la divina proporción en los muslos, cierta influencia de carbohidratos en los vientres y la jubilosa firmeza de sus pechos sin siliconas.
La curva saludable de los cuellos yergue peinados desconocidos sobre sus nucas para besos desmedidos. La noche usó la edad de las nucas y las perfumó con el extracto de una antigua fragancia, ahora modificándose en el fondo de una caja extraviada.
Sus comisuras reparten una idéntica inocencia y los pasajes inequívocos de entrecejos a narices y mentones las hace parientes y extranjeras.
Al no ser violentadas por el deseo, una graciosa apertura distraída rejuvenece las entrepiernas. Los dedos levantados y la torsión blanda de las muñecas rechazan, con misericordia, la visita repetida del smog.
No hay artificio en la languidez de aletas marinas y tobillos reclinados.
Tuvieron una buena infancia y, todavía jóvenes, conservan intacto el himen después de domar, con frases infalibles, caballos que dejaron mansos y expectantes en el charco de la última llovizna.
Toda la ronda tiene razón y es inapelable la salud apoyada en la belleza y la belleza en el mármol. La carne va diciendo cuando saca a perpetuar la desnudez de mujeres tímidas que aprendieron a desvestirse con un decoro renovado, con una sensación de victoria inofensiva, una armonía hallada detrás de la música.
Volvieron deslumbradas de un anticipado viaje profético. La de arriba se quedó tratando de oír el latido lejano de un pulso, imaginar las complejas mutaciones de un silabario, entender la manera de ordenar los espacios abiertos. En las de abajo, frías las lentas nalgas profundas de piel, hay un movimiento afectuoso; la otra calma de conocerse a fondo las vidas compartidas. Concentradas en la experiencia afectiva, dejando de lado fatigas y preguntas, se cuentan los sueños, capítulos del viaje de vuelta, lugares en la distancia. El cielo, negro y retorcido como raíces, ya entintado de otoño, es el fondo de contraste de este modo que usó la forma dinámica de una geometría cargada con la necesidad de hacer flotar, en el aire y en el agua, los sentimientos y la sabiduría de mujeres desnudas girando con la exactitud de la intensa proporción áurea, inventando el acto y la potencia.
Con majestad nos sobreviven con el objeto de inculcar reticencias, infundir elusiones y convencernos de sus sobrentendidos. Lejos de la afectación, comprometidas ante la idea de la lectura directa mitigando la prosa, la materia y su lenguaje alcanzan la superficie cuando la responsabilidad es el límite.
Con el viento, haciéndose musical, después de soplar resuelto en las hojas delgadas de las casuarinas, en la fuente de Lola se escucha el suspiro melancólico de mujeres desnudas.
Fragmento del capítulo VI del libro “ Oscuro, frío y ayer” del escritor
Juan Carlos Escalante.
(Ediciones Corregidor)
No hay comentarios:
Publicar un comentario